jueves, 15 de septiembre de 2016

PREMIO INTERNACIONAL CARIBE-ISLA MUJERES DE POESÍA 2016 OBRA GANADORA.

PREMIO INTERNACIONAL CARIBE-ISLA MUJERES DE POESÍA 2016



BITÁCORA

Carlos Zamora Rodríguez




Carlos Zamora Rodríguez (Matanzas, Cuba, 1962). Licenciado en Filología. Poeta y narrador. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Entre sus títulos se destacan el poemario Estación de sombras (Sanlope, 2001), que fuera mención en el Concurso Internacional de Poesía Nicolás Guillén (México, 1999); la novela En la mañana viva o Tan cerca hemos dormido (Ediciones UNIÓN, 2012), Premio de Narrativa Guillermo Vidal (2011); la noveleta para niños A Puerto Blanco no llegan las lluvias (Ediciones Matanzas, 2012), Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas; el poemario Cada día la eternidad (Ediciones UNIÓN, 2011); la antología El amor como un himno, Poemas cubanos a José Martí (Centro de Estudios Martianos, 2008; y el libro de cuento La noche de Judas (Ediciones Matanzas, 2012). Ha sido finalista del Concurso Internacional ARTÍFICE, de poesía (Loja, Granada, España) en el año de 2005 y obtuvo mención especial en la II y IV ediciones de ese propio certamen (2002 y 2006), entre otros reconocimientos. Sus textos han sido incluidos en numerosas antologías cubanas y extranjeras.















                                                                                                         Para Judith, mi compañera de viaje


(Terminal 3/HAV 23: 25/ Iberia/ MAD 13:10/ BARAJAS)


Dejan sus huevos en esa colina accidentada, donde la vida comienza a repartirse. Un mínimo respiro y alzan otra vez las alas (como si reposar fuera un peligro, como si extenderse sobre el suelo les sumiera en algún tipo de vergüenza).

Ellos vuelven y nosotros rezamos frente a tierras movedizas, desconocidas.

Rueda el color, prolongan el viaje los latidos.

Como en una siega caótica, los que arriban ofician sin misericordia, arrancan de cuajo todo cuanto emerge, reclaman sus mitades.

Uno siempre apuesta a que la suerte llegará en el próximo ciclo. Pero es el azar quien juega y puede ser descortés, incluso peligroso, tocar las vidas de otros, rozar esos destinos que ahora corren deformes, con lazos o etiquetas.

Nunca se sabe cómo marca la estrella. Acaso abruman las maletas vacías o sonríe la cinta que han puesto para no confundir (no confundirte).

Estamos dentro. Huele a recién comprado.


(Se anuncia a los madrileños que el sol pondrá sobre las 21:48 y la luna será visible a las 00: 46)

                                                                                                                             Para Odalis, que sabe


En la calle te besan las novias del verano: esas brisas calientes. Yo atisbo la noche, que convoca el desplante. Saludan los boquerones descabezados. Con un leve sonido, al morir en mi boca, me advierten de la trampa. Enfundo otro anzuelo para la cerveza (cada vez más tostada) que me arrastra a una orilla de ahumados cristales.

Todo es blanco allá afuera: ha enrumbado hacia el sur la chica de los altos.

Renuevo los billetes en la espera, que parece tan larga como el vaso de la felicidad.

¿Nos comimos la luna? ¿Qué nos falta? Es Madrid, me repiten los que alzan el bar hasta el final del trago.

Ya no sé dónde puse las llaves ni los versos, pero es muy tarde cuando roza mi espalda y me dicta una calle de regreso.

¿Estoy solo si vuelvo mirarla? ¿Me traiciona con otro más tenaz que mi sueño?



(Mirasierra / Tren de Cercanías Renfe – Pitis / EL ESCORIAL)


                                                                                                                                              Para Janet


Me escoltan los difuntos. En la esfera armilar la culpa de los reyes dibuja las constelaciones. Ellos votaron: la Tierra al centro, justo como el corazón. El silencio, tan resistente como la roca, me corteja. 

(De qué material tan fundido el misterio que casi puedo tocarlo en los lomos de los manuscritos. Por qué esconder la evidencia si esa es la razón de estas paredes. Qué palabra me niegan las puertas alzadas, los postigos presos. A dónde voy, escaleras abajo. Por qué desempolvo esos frescos y coloreo la Historia con paleta nueva si el pintor ya ha lavado sus manos. Quién me designó juez de estos muros, quién me trajo hasta aquí confiado en mi indulgencia).

No está permitido robar esta memoria, pero Ptolomeo y yo miramos las montañas con el ojo del miedo y compartimos autógrafos. Qué pensarán mañana de nosotros, nos decimos, armados de legajos y cervezas.

Me estafan: en la estampilla, la piedra no me ensucia los dedos; el monasterio parece reposar, pero está alerta. Dios, en alguna parte, me consiente.


(Mirasierra / Metro Línea 9 – Príncipe de Vergara/ Línea 2 – Sol/ MERCADO DE SAN MIGUEL)


El queso, curado; yo, despierto. (El apetito del ojo roza a la muchacha su boca de cereza.)

Derramo el entusiasmo sobre el japonés que bebe un té de humo y se disculpa por la cámara llena de ciudades.

Extraviado en un cubo de Rubik: todos los lados anuncian el placer.

Una máquina pone la nube en mi camisa. Confundo los puntos cardinales: ¿en qué esquina apuestan las lasañas?

El universo: un puente de salivación hasta el futuro. Pero las maderas rezuman otra historia. Busco equilibrio sobre un millón de huellas.

Puedo ser arquitecto o soldado de filas, si dejan colocar mi país sobre ese fuego donde viven atunes.

Me zarandean jamones ahorcados y cervezas mulatas. Soy un perdedor: ya me quiero morir bajo este alud de especias.



(Mirasierra / Metro Línea 9 / PLAZA DE CASTILLA) 


                                                                                                                                    Para Balo y Yoel


Una calle, una estrella esculpida: Martí que alerta del semáforo. Yo, emigrado de súbito: traidor por la bufanda, que susurra el verano y no se atreve. Mi ojo de cristal para el asfalto que llamaron Habana sin saber. Esquivo la pasión como un golpe incómodo de viento. Han colgado a Miró y ondea sobre un edificio de papeles. Me falta el aire y no hay sábana que hinche a Madrid más allá de los lumínicos. He perdido el rumbo y me hace bien naufragar ahora que la patria descansa en el teléfono (pausa para recomponer; nada escrito: nada comprometedor). En el Bernabeu los goles enemigos; asomo la rabia a un café neutral: de espaldas al terreno, para no ver la gloria que puede venir de blanco esta única vez. Brindamos por la muerte de la tarde y un tren que nos sumerja en el sopor. A las afueras –clamo- como un regreso de mentira.



(Barrio del Pilar/ Metro -Línea 9- Núñez de Balboa / Línea 5 - Chueca – Calle del Barquillo, 29 /BOGUI JAZZ)


                                                                                                      Para Anita, que nos mostró el camino


Esas brujas cantan en la nube del vino, traducen la nostalgia con ardides curados. De piedras blandas han compuesto la música y comprimen la luz hasta que es sólo un guiño sobre el escenario. Yo me pierdo en la noche, descorcho el albedrío. En mi nuca se juntan el incienso y la nota.

Cedo ante el deslave: el murmullo de una canción muy vieja que florece en su boca. Cómo el humo del saxo nos envuelve sin vernos, cómo sabe que vagamos por la misma inocencia (yo marcado, ella virgen) los dos arrebujados a la sombra del jazz, en el coro de tristes que escapan, como de la peste, de los diyeis famosos.

A la deriva del concierto, crecen las islas que hemos sido, en los aplausos construimos el país. Siento su mano, como un terral tibio, remar hasta mi espalda. La madrugada es una conversación de cuerdas y suspiros.

Desafina el reloj, somos extraños en el último dolor de la guitarra.



(Pradera de los Corralillos / Autobús 49 – Plaza de Castilla / Autobús 27- Cibeles – Calle de Alcalá – Banco de España hacia Sol / CÍRCULO DE BELLAS ARTES DE MADRID / KINDERWUNSCH*)


La infancia y el deseo: una sola puerta. El picaporte oculto como un tesoro helado que habrá de morir tras un tajo de pasión (de tiempo). Las estrías: ríos que nacieron antes. Nadie advirtió la señal en la cosecha. Pero reconozco al padre en el cristal (me reconozco); en la mujer desnuda (su reflejo torcido) que desciende por mi cara sin placer.

La muchacha de negro se persigna ante el cuadro: intercambian secretos. Seduce el perfil que a mi lado desmiente la cascada, la gravedad, todo lo que declina; todo lo que soy mirando a dos mujeres que se salvan de mis ojos castrados.

Nacen aquí milagros que no puedo celebrar con canciones de añejo.

Hijos: las raíces que van rompiendo mi carne.


Soy el testigo; el criminal.

*Kinderwunsch es un término alemán que hace referencia a la unión de las palabras niños y deseo; al deseo de tener hijos, de lograr un embarazo o de la infertilidad. A propósito de la exposición homónima de Ana Casas Broda, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.


(Barajas / MAD O6: 25 / Brussels Airlines 3732/ Zaventem / BRU 08:45)


                                                                                                                              Para Guille y Manuel


Los trenes apuntan a París. Pero en Bruselas, dos grúas, como pájaros enormes, comentan de alta política sobre los tejados y hay invierno en el balcón y mis amigos han dispuesto el café contra nevadas. Se dice que puede llover, mas es tan blanco aquí y tan alta la chimenea, que la lluvia pudiera ser de otra sustancia. Y las torres (modernas y feudales) se besan con tal desparpajo, que parece una lección de convivencia.

Barajamos itinerarios. Mi hermana juega con las nueces antes de beber y yo imagino islas tan cerca de su boca. Islas. Y la palabra me hace temblar y ajusto la chaqueta. Pero es otra la herida y otro el vértigo en esta parte del mapa.

Preguntamos, antes del nombre del parque y del pedestal, dónde acampan las cervezas oscuras, dónde se ausculta una ciudad de nadie como ésta. Y escuchamos las voces de las frutas. Un oasis, dice mi amigo: un color que ha crecido en el cristal…y curiosos posponemos París sin que nos duela.



(Rue de la Loi / Plaza de Luxemburgo / Plaza de Londres / MATONGUÉ)


                                                                                               Las mareas del asfalto y la luz sin color…
                                                                                                                                Marguerite Yourcenar


Un recodo leve, la lluvia que remonta toda siesta. Andar: único antídoto para el tiempo de vidrio. La celada.

Han dispuesto el color como si África fuera más que la piel áspera de los aguacates; como si las frutas pudieran desprender ese rojo salvaje que me besa en la lengua y me arrastra el rubor hasta las manos. Las manos que quieren tocar, asir; creer que hemos vuelto sin volar, que hemos rendido algún misterio y merecemos (otra vez) los sentidos.

Las especias acosan nuestra sangre. El aguijón alcanza el ritmo. Al compás de unos tambores que cuelgan silenciosos, saboreo, en la nieve del coco, el pescado del rey. Pero hay combinaciones tentadoras como la canción negra que adereza la carne y nos clava, sonámbulos, en medio del camino.

Soy forastero y cómplice; conquistador. Los anfitriones se desdoblan, nos atan a una leyenda que sabemos proscrita; la marea es otra en este huerto de Bruselas.

Apenas un salto a la culpa, unas cuadras más acá del cristal, nos parecemos. El aire gotea, azucarado.

Acaso restituidos, salvados de esa transparencia con la que cruzamos el asfalto, miramos el reloj. ¿Ya somos (otra vez) aquéllos?


(Bruxelles Midi 07:43/Thalys 9308/ París Nord 09:05)


                                                                                                Por donde ha de subir el hombre al cielo

                                                                                               Manuel Serafín Pichardo; A la Torre Eiffel


Una calle ancha me lleva hasta la Torre, que desde lejos es masculina, eréctil, pretenciosa. Pero al llegar, atisbas su secreto de chica a horcajadas, libidinosa, puta, amamantando turistas de todas las monedas que escogen aún sus flancos para llegarse al cielo y mirar la ciudad con aires alpinistas.

No sé tú, Vallejo, pero yo olvido los golpes, los tantos golpes, y espío a esas muchachas de escotes arriesgados, que te piden una foto encima de la ciudad luz, casi colgadas de la ilusión de poseerla, de la ilusión de cobrarle, en picada, su enorme majestad.

No sé tú, pero yo olvido, navego toda esa cintura de metal, allá arriba, tan cerca de Dios o del sueño. Tan ausente, que puedo tararear una habanera sin saber los compases, respirar mi país sin coordenadas, paladear la felicidad como un orate.






(06:33 / Madrid Chamartin / Tren Alvia / 08:55/ ÁVILA)


La muerte llega descalza, en puntillas. Saluda a las cigüeñas que anidan en las torres, desafiantes en su sincera maternidad, confiadas.

Desde las piedras, el murmullo de la sangre, la historia que el turista prefiere.

Vuelo sobre el valle. Recomponemos, con las tejas, otra geografía que no sabe el resto: mensajes de ultramar (entre la arcilla y el verde) que arriban con sabor a café.

En un patio interior solo el silencio me descubre. Respiro un aire común, antiguo.

Me reconozco en las columnas holladas, en las túnicas donde la poesía, desde la eternidad, ha rodado hasta el suelo y sobrevive en el polvo, entre adoquines y transeúntes.

Un día de gracia: sobre el chuletón, como arrugas, los años del destierro; en la esperanza: el vino.

Por qué se hizo tarde para restaurar; cómo nos acuchilló el frío la velada. Qué atajos adivinó ese tren, enemigo de todo rumor, para devolverme, cuando todo parecía más cierto.

La muerte, que vino por nostalgia –pienso- mientras escapo.